domingo, 18 de septiembre de 2011

La incredulidad del mundo

A penas faltaban quince minutos para que fueran las tres de la tarde y en mi rostro se podía observar el desconcierto. Tan solo con catorce años entendí al instante que las imágenes que en aquel momento me ofrecía CNN+ no se trataban de una película. Un primer avión ya había colisionado contra una de las dos torres. Desprendía un humo negro y espeso que teñía el paisaje de oscuridad y miedo. Los rascacielos y edificios de la gran ciudad de Nueva York pasaban desapercibidos ante la atónita mirada del mundo. Los servicios de emergencia se iban acercando a la zona para prestar auxilio a los heridos. Dieciocho minutos después del primer impacto, un segundo avión colisiona en la segunda torre. Minutos más tarde, uno de los rascacielos se desploma y el pánico inunda las calles. Miles de personas abandonan la ciudad a pie colapsando los puentes y carreteras. Recuerdo las caras de la gente, la mayoría manchadas por el polvo y la ceniza. Asustados, huían corriendo. Sus rostros, algo robóticos, transmitían incredulidad y desasosiego. El mundo se paró durante algunas horas. Los que trabajaban pararon por momentos sus tareas para poner la radio o la televisión. Y los que estábamos en casa retrasamos la hora de la comida. Aquel día el informativo de medio día duró toda la jornada, y algunos no pudimos separarnos del televisor. La radio modificó su programación habitual por especiales que nos iban dando la información que iban recibiendo.
El mundo cambió ese 11 de septiembre, aunque aún no lo supiéramos. Nos limitábamos a observar con la boca abierta, sin saber qué pensar, sin entender por qué pasaba lo que los ojos del mundo veían.


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