sábado, 31 de julio de 2010

La unión del fútbol y el orgullo de un país

En la terraza de un precioso apartamento de Benalmádena me pongo a escribir después de unos cuantos días sin dar señales... Quería tratar diversos temas pero uno que no podía pasar por alto es el triunfo de la Seleccíón Española en el Mundial.

Me ha parecido interesantísimo lo que ha movido sociológicamente hablando la victoria de La Roja. Hemos podido ver cómo los aficionados y los que no lo eran tanto se han volcado en celebrar y disfrutar de un triunfo que hemos sentido de todos. Un éxito que hemos hecho nuestro en cada uno de los partidos. Hemos sufrido jugando contra los suizos, vibrado contra los alemanes y nos hemos emocionado con el gol tan esperado (como justo) contra los holandeses. Cada uno de los partidos nos han hecho volcarnos en esos jugadores que tanto se han esforzado y que han sabido sacarle fruto a una experiencia irrepetible para todos los que hemos podido vivirla. En Facebook, sobre todo durante los días cercanos al triunfo, no dejaban de invitarme a que me uniera a una página que se titulaba: "Yo también vi ganar a España su primer Mundial". Existía un orgullo poco común en estos tiempos que corren donde los políticos nos manosean y hace que sintamos poco y nada bueno de nuestro país. Por primera vez todas las Comunidades Autónomas se unieron por una misma alegría y en todos sitios se cantaba "Yo soy español, español, español...", algo que no se concebía hace algunas decadas (y no tantas) cuando de quien sacara una bandera española se decía que era un fascista...
Los tiempos han cambiado y ha sido un deporte el que ha conseguido que nuestras mentes se abrieran y vieran lo que nos estábamos perdiendo. Tan sólo debíamos dejarnos llevar, tener esperanza, fuerza y apoyar a unos chavales que iban a luchar "en la única justa de las batallas", como dice Shakira en su Waka waka.

domingo, 4 de julio de 2010

Gracias Saramago

Durante el periodo de instituto tuve la suerte de disfrutar de la vistita que nos hizo al centro José Saramago, un privilegio que siempre he tenido en la mente pero sobretodo en el corazón. Cuando mi madre me lo dijo por teléfono, no podía creerlo, sentí una palpitación fuerte y recordé el momento en el que el escritor, entre una marabunta de alumnos, me rodeaba por el hombre mientras los periodistas agolpados no dejaban de apretar el botón de la cámara fotográfica. Yo le miraba asombrada, mientras me quedaba perpleja, admirando a un hombre del que tan solo sabía, por aquel entonces, que había recibido el premio Nobel de Literatura. Fue una cosa que se me quedó grabada a lo largo del tiempo, ¿cómo pudo haberme impresionado tanto conocer en persona a un hombre que a penas sabía nada de él? Creo que era una de las cosas bonitas de Saramago: trasmitía paz, serenidad, bondaz, cariño... y tan sólo con eso valía para enternecerte cuando pensabas en él.

Ahora él nos ha dejado, pero debemos enrriquecernos de su gran obra y de su lucha porque este mundo en el que vivimos se convierta en algo más cómodamente habitable. Era un autor comprometido en el que la responsabilidad era su aliciente para cambiar las cosas. Creía en un mundo mejor y luchaba por conseguirlo, sobretodo, a través de la literatura.

En muchos momentos creo que es una utopía pensar que un día veremos cómo el mundo evoluciona hacia la coherencia, la paz y la armonía. Soy de las personas que cree en que es difícil cambiar las cosas, pero también creo en eso que dicen de que un granito de arena no hace la montaña pero ayuda.

Saramago tenía un papel en blanco cuando empezó a cambiar las vidas de las personas con sus historias. Estaba cambiando el mundo aunque no nos diéramos cuenta: Saramago marcó un antes y un después en la literatura y en la manera de exponer lo que sentía. Por ello, desde mi pequeño mundo, le mando un saludo a Don José Saramago y le digo que seguiré su camino, intentaré cambiar las cosas con las palabras y lucharé porque sean más fuertes que muchas otras.